Cuadernos i cuadernas

26 de gener 2007

Cuaderno Two - Page 3

La muerte vino a buscarme. Vino en coche. Me sorprendió más eso, que mi juventud para tal cita. Conducía rápido. Pensé que moriría de accidente. No me atrevía a abrir boca. Ni a girar la cabeza. La veía cansada. Me propuso tomar una copa, y aunque no era muy dado a beber, pensé que no tenía nada que perder.
La primera siguió a la segunda, y la segunda a la tercera, y no recuerdo cuantas más siguieron. Perdí a la muerte, o ella me perdió a mí. Desperté al día siguiente sin mi cartera, ni mis zapatos. Me apresuré a denunciar el robo y a cancelar las tarjetas de crédito, pero fue demasiado tarde, me robaron 1.285,22 euros. Fue ella, estoy seguro. Mi vida me costó 1.285,22 euros, un par de zapatos y una resaca de muerte.

10 de gener 2007

Cover Two


Cuaderno One - Last Page

Dicen que lo más importante no es lo que se dice o lo que se piensa, sino lo que se hace con lo que uno dice o piensa. Siempre me pareció que lo más importante es lo que uno hace, pero no dice y lo que hace sin pensar, porque lo siente.

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Seguimos los caminos marcados hasta que nos perdimos. Nos perdimos o nos quedamos rezagados y nadie vino a por nosotros, porque perderse o quedarse rezagado nunca estubo bién visto. Intentamos incorporarnos,intentamos eso y aguantar el ritmo, pero fué impossible porque ya eramos "los rezagados". Perdidas las esperanzashicimos nuestro propio camino, descubrimos el mundo por la puerta trasera. Los caminos, cuales sea que fuesen, siempre llevan al mismo sitio, solo el trayecto hace que, para cada cual, ese sito sea distinto, el suyo. Somos conscientes de que nuestro sitio, no es "El sitio", porque nuestros caminos no fueron los marcados. Viviremos siempre al margen del mundo, sobretodo de ese mundo que no admite otro que el suyo.

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Los hermanos son esos enemigos de peleas y esos compices de juegos. Los hermanos son por arriba, eso que quermos ser, eso que admiramos, y por abajo, eso que fuymos, eso que abandonamos. Con la edad, los hermanos seconviarten en compañeros de viaje, de "el viaje". No fué ese mi caso. Fui un niño solo y solitario, que me aleje de mi hermano menor y de mi hermana mayor, la misma distancia que lo hice de mis padres y la sociedad, lo suficiente para poder vislumbrar el bosque sin que los arboles me lo impidieran. Fué en ese sitio exacto, donde pude reflexionar y descubrir las cosas por mi mismo. Fué en ese sitio exacto, donde me encontré con mi abuela, y en el que pasamos largas tardes hablando de lo que en realidad sentiamos hacerca de la vida y de nuestra relación con ella.

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No se cual es el origen ni el porque, pero son incómodos. Los libros son incómodos. Sobretodo de leer. Ese lomo, esastapas duras, o blandas, da igual. Algunos hay que destrozarlos para poder leerlos. Esa necesidad de las dos manos, sugetándolos. Deberian estar encuadernados por arriba y en espiral. Leo una página, la paso, sigo por la otra cara de esta, dejando el espiral abajo, doy la vuelta al libro y continuo por la siguiente. Todo con una sola mano, sin tener quedestrozar nada. Además, no se hace necesario usar ningún punto de libro.

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Donde se pongan los chinos, la hemos cagado. Hacen de todo, lo hacen bién y por miles. Algunos dicen que sus trabajos notienen calidad, otros que lo hacen por un vol de arroz. Nada, envidia. Son muchos, Diós casi medio mundo, y tienen más tiempo que los demás, o eso parece. Ni máquinas, ni tecnologia, ni nada. Las manos. Cuando tengan máquinas,no quiero ni imaginarlo.

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Asociamos con Japón todos esos artefactos electrónicos que han venido ha hacernos la vida más fácil y que cada año tenemosque cambiar por una nueva generación de los mismos, más rápida, mejor, más pequeña y más barata. Japón es la rapidez, la ansiedad por lo último. Japón no es eso. Japón es esas pequeñas cajas de laca negra, fabricadas segun procesos manualesmilenarios, que tardan años en ser terminadas. Lo otro son las leyes de mercado.

03 de gener 2007

Cuaderno One - Page 58

Las tostadas con aceite y jamón dulce me traen a la memoria los días en que, siendo un niño, por enfermedad, me quedaba en casa. No asistía a clase. Me saltaba las clases, pero no pasaba nada. Mi abuela, me despertaba con las tostadas y el jamón dulce y me dejaba repetir.

Mi abuela murió. Hoy hace un año. En mi homenaje particular, llamo al trabajo y les argumento que me encuentro mal. Preparo unas tostadas con aceite y jamón dulce. Me meto en la cama y me las como. Salgo de la cama y repito. Me salto el trabajo. Hecho de menos a mi abuela, que hace un año, decidió saltarse la vida y comer tostadas en el cielo.

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Lo esencial, es dar a las cosas la importancia que tienen. En caso de duda, la importancia es ninguna.

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Cuando creas el poder y te haces con él, corres el peligro de que otros lo tomen. Entonces, solo entonces, te das cuenta del monstruo que has creado, el que eres y el que son.

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El sistema creó grandes mentiras para mantenernos atrapados dentro de él. Las mentiras se convirtieron en verdades y el sistema quedó también atrapado por el miedo a sus propias verdades.

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No busco ser comprendido. No se que es la comprensión.

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Los niños tienen esa energía que después desaparece para siempre.

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Me aislé. Me aislé de todo. Cerré los ojos e intenté crear algo, pensar algo por mi mismo, sin influencia, sin idea inicial. No pude. Era esclavo de todo lo que contenía.

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Mi abuelo fue militar y mi padre fue soldado. De sus dos hermanas, mis tías, una murió en el frente y la otra desertó.
Mi padre fue soldado por vocación. Soldado sin aspiraciones de mando. Soldado raso. Trabajó siempre en la misma empresa. Fue fiel a ella. Acató las órdenes de sus jefes, la escala de mando y nunca puso objeciones a ello. Obedeció en todo y a todos en un acto de abnegación total. Sin rechistar.

Mi madre, huérfana de padre desde muy jovencita, tomo las riendas de su vida y de la de los que la rodeaban. Fue teniente coronel. Dejó el trabajo, se atrincheró en casa y formó su tropa hasta que se licenciaron. Hablaba siempre en voz alta, chillando y sus argumentos terminaban siempre siendo apoyados por su rango.

Los terceros, el tiempo y la religión actuaban como un bálsamo en la tensa relación entre mis padres. Pasados los años, muerta mi abuela y nosotros fuera de casa, mi madre accedió a la dictadura y mi padre, ya jubilado, hizo sus primeros pinitos como general. General golpista.

La casa cuartel donde nos habíamos criado se convirtió en un polvorín. Los reproches del general golpista al dictador, no hacían más que acrecentar la tiranía de éste.

Por temor convertirme en lo que habían reprimido en mí, las visitas a casa de mis padres, se distanciaron en el tiempo. Había durado tanto tiempo, que ya no sabía lo quien era.

02 de gener 2007

Cuaderno One - Page 57

La mentalidad occidental no se aleja mucho de la africana. Un condenado a cárcel, será siempre un condenado a cárcel, aun en la calle con la pena cumplida. Ingresar en un frenopático, es también para siempre. Siempre serás un loco. Eso no se cura. Eres o no eres. Perdí toda esperanza de volver a la normalidad.

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Justo y necesario. Si no justo, almenos necesario. Aunque solo fuese necesario por ser justo, pero necesario. Era necesario aplicar algún tipo de medida. Realizar alguna acción.

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Dios es ya solo algo en lo que poderse cagar.

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Carta a Fidel Castro: Estimado Fidel, tenias derecho a muchas cosas, teníais derecho a muchas cosas, teníamos derecho a muchas cosas. No tenemos, ni tienen, ni tienes derecho a decepcionar a toda una generación con falsas expectativas.

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No hay nada peor que algo que no haga lo que tiene que hacer: un ordenador que se cuelga, un mando de tele que no obedece, un coche que no arranca, una radio que no coge emisoras y un político.

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Como dijo Cela, doy gracias a los enemigos que tanto han ayudado en mi trayectoria. No se porque insisten tanto en cambiar la educación. Una buena bofetada es más eficaz que un golpe de espalda. Una mala acción es mucho mejor que una mala palabra.

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Empecé a calcular el tiempo restante. Las cosas no son importantes si no se pueden terminar.

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Las técnicas de marketing y los libros de autoayuda son lo mismo.

Cuaderno One - Page 55

Trabaja para un canal de televisión apretando un botón, durante cuatro horas al día, cada vez que entra o sale publicidad. No me lo creo. Nadie necesita que nadie apunte lo que hace, hace tiempo que se inventaron las fotocopias, la perrita Laica tuvo que pensar más que él. Débora, su novia, cuenta que hace esto y algunas traducciones.

Jessica, su otra novia, me dice que él trabaja haciendo traducciones de libros ingleses sobre todo lo relacionado con los escarabajos a lo largo de la historia y en cualquier ámbito. También hace algo más para televisión. Sigo sin creerme nada, pero la fuente información es doble y coincidente.

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¿Y estas madres solteras, maduras, algunas deportistas, que visten colores vivos y tienen actitudes juveniles que las ayudan a rebajar su edad, que conocen exactamente sus cuerpos con todos sus aciertos y todos sus errores, que tienen días sofisticados, elegantes e independientes, en los que parece que nunca lavan platos ni ponen lavadoras? Son a la vez, tremendamente entrañables o profundamente patéticas, y en ese punto medio en el que la soledad las hizo valorar la soledad, la tristeza, el miedo a la soledad y la independencia, confieso que os amaré incluso después de que me hayáis rechazado. Lo entiendo, huís de quien os admira, huís de vosotras mismas. Os perdono y os amo para siempre.

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Mireia dice que se ve chupando polla, pero no se ve chupando coño. El problema es precisamente ese, que solo se ve chupando y nunca amando. La mecánica no es secundaria, pero tampoco debe ser el problema.

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Cuentan que en Méjico D.F., en donde todo se cuenta por millones, en tu primera cita hay que dejar claro en que zona de la ciudad vives. Si ambos pretendientes viven alejados, dadas las proporciones de la urbe, la relación se desestima. Tardarán más en llegar a las siguientes citas, que lo que durarán las mismas. El romanticismo y la practicidad no van de la mano en Méjico D.F..

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Uno de los mayores inventos de la humanidad ha sido la almohada. Se encarga de nuestra cabeza cuando no estamos y nunca da malos consejos.

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Micheleen Utini era nuestra profesora de francés. Micheleen era igual que el monigote de los neumáticos. Era una mujer mayor, de pequeña estatura, gordita y afable, que masticaba chicle a todas horas y cuyos hinchados pies parecía imposible que cupiesen en sus zapatos.

Nos contó en una ocasión, que sus recuerdos de la entrada de los tanques americanos en la liberación de París, siendo una niña, eran: los tejanos, el chocolate y los chicles. Claramente el chocolate se lo había terminado todo, chicles aún le quedaban y los tejanos se habían quedado en el camino con el aumento de peso.

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No tengo mucho que decir, igual da para una viñeta o dos, y encima no se dibujar.

01 de gener 2007

Cuaderno One - Page 46

Svedlana vino de Rusia y empezó limpiando casas. Las cosas se pusieron difíciles y terminó en la prostitución. Esta viviendo los fines de semana en casa de Carlos. Hoy hemos ido a comer. Comida Rusa. Svedlana ha cocinado. Después de comer, nos enseña las fotos de su hijo y de su perro, que están con sus padres en Rusia. Hace dos años que no les ve. La imagen de su hijo ya no es la de su hijo, un niño en dos años cambia mucho. La Svedlana de las fotos, tampoco es la de ahora. Sentados en el sofá hablamos un poco. Svedlana, cansada, se duerme. La vida es atroz para Svedlana. Dormida en el sofá de Carlos, con las fotos de su hijo en la mano, parece su ángel de la guardia. Es su ángel de la guardia, el que ella nunca ha tenido.

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El día 14 de Febrero de 1993 sufrí un accidente. No fue mortal, pero las complicaciones surgidas los siguientes cinco años casi lo son. Todo terminó el 21 de Julio de 1998. Me divorcié.

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Estuve limpiando culos a domicilio durante un tiempo. No fui consciente de ello. No me di cuenta hasta pasado un tiempo hablando con un “limpia culos” profesional. Lo sorprendente no fue que fuera capaz de limpiar culos, sino que fuera capaz de limpiar aquellos culos, él no lo hubiera hecho ni por dinero.

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Me operé de los oídos por insistencia de mi médico y del entorno. Ahora oía todo perfecto. Oía todo y oía perfecto. Mi cerebro sufrió un colapso, una tortura de interferencias acústicas que había que procesar y enloqueció.

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Nunca llegué a ver la realidad, tal cual, como sí la vieron los demás. Siempre imaginé lo que seria, pero nunca la vi directamente. Fui como el jardinero que planta y nunca ve las flores, solo las semillas. En alguna ocasión se me dejó ver alguna flor, nada, un instante, constaté entonces, que todo era en realidad, como había pensado que seria.

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Yo desnudo y ella desnuda, frente a frente. Sabía que yo ganaba, que yo ganaría, pero aún así, mi cerebro observó la posibilidad del yo perdedor y además, me lo recordó toda la vida.

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Debería haber la posibilidad de borrar imágenes del cerebro a discreción de forma fácil y sencilla. Debería estar además al alcance de todos. Seriamos más felices. Borraría todas las imágenes que se aliaban con mi cerebro para torturarme.

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Hay dos tipos de hombres, los que conocen y saben que el punto a estimular se encuentra en el recto, muy cerca del ano y que el máximo placer se alcanza penetrándose analmente con un dedo, por ejemplo, y acariciando con leves pulsiones dicha zona, y los que lo ignoran, lo quieren ignorar o no han llegado al final de este texto.

31 de desembre 2006

Cuaderno One - Page 44

Durante muchos años vivimos atrapados en la aritmética del lobo. La aritmética de hacer o no hacer algo por si venia el lobo. Me despertaba helado. Cansado. Con más sueño que antes de ir a dormir. Sin el menor aliento de salir a la vida.

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Espero no decepcionarte, pero si algún día me equivoco, espero también, que el dolor no borre de tu corazón, todo lo que sientes ahora.

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Mirar a través del cristal, no el cristal. Mirar a donde apunta el dedo, no el dedo.

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Somos una acumulación de recuerdos. La personalidad consiste en la selección que hacemos de ellos.

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Superar los actos repugnantes forma parte de ser adulto.

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Me desperté y sentí que nada había cambiado. Que todo volvía a ser como antes. Como siempre. Atrapado en las mismas cosas. Tuve la sensación de que nunca saldría de aquello. Después pensé que a lo mejor nadie había salido.

- Dijiste que me perdonarías cualquier cosa. – dijo ella.
- Si, te perdono. Te perdono y sigo mi camino. – contestó él.

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Cae la oscuridad. Llevo aquí todo el día. Todo el día esperando este momento. Esperando que caiga la oscuridad. Lentamente. Solo en ese momento, en ese instante, puedo sentir eso. Sólo. Sólo conmigo y mi alma, veo las cosas con claridad.

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Volé a New York por amor en repetidas ocasiones. Volé a Venecia, también, por amor, otras tantas. Con tanto vuelo el amor se desgastó hasta desaparecer. No volví a volar por miedo a perder el amor otra vez.

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Hacia tiempo que no la veía. La verdad es que la recordaba fea, pero todavía lo está más. Viene con una amiga, fea también, pero no la supera. Me la miro bien, en realidad está idéntica. Su nariz puntiaguda hacia abajo. Sus labios, apenas dos rayitas que se hunden debajo de la nariz, no lo son. Sus gafas plateadas de patas afiladas, refuerzan su aspecto repelente. No se que edad tiene en realidad. Creo que es mayor que nosotros. Su aspecto es anticuado. Su ropa fea, pasada de moda. Pero lo peor, es su actitud de madre superiora.

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Leo que en África la noción del tiempo es distinta. Un condenado a cuatro años de cárcel, puede morir de tristeza pensando que aquello es para toda la vida. Es como si el futuro a largo plazo no existiera. Enfermé de ese mal durante unos años de mi vida. La incertidumbre era constante. Una losa que agotaba y adoloria el cuerpo.

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Hoy cojo un avión. Es temprano. Es de noche. Amanece. Haciendo cola para facturar veo a uno de mis ex-jefes. El mejor que tuve. El más humano. Yo me marcho de vacaciones, el que va a trabajar. Rutina mil veces repetida. Volamos juntos multitud de veces. Limpiamos culos en todas partes Yo ya no vuelo. Él sigue volando. Me escondo un poco. Tengo ganas de saludarle, es un gran tipo, pero él sigue limpiando culos, yo ya no, y se me notaria en la cara. No quiero avergonzarle, quizás no sucedería, pero por si acaso, no le saludo. Da igual, tampoco me reconocería.

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Gané, pero no me di cuenta de ello.

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Mikel es gay, critico de música y agudo hasta el punto de la corrosión. Rie con una carcajada profunda propia de cantante de ópera. Escribe que Sabina, es “la hez”. También escribe a su mujer de la limpieza: “Hay que limpiar los armarios de la cocina a fondo (por dentro)”.

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Lo han vuelto a medir. El K2 es el pico más alto del mundo. Más que el Everest. Hemos vivido en un error des del principio. Hago un esfuerzo de imaginación para entender como se miden esas cosas, pero me resulta imposible. ¿Que pensará Hilary? ¿Y el que realizó las primeras medidas en las que hemos creído hasta ahora? Preguntado por la cuestión, Reinold Messner declara: “Mejor, alcancé antes la cumbre del K2 que la del Everest”. Me quedo más tranquilo.

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Dice: “La comunicación es numero uno”. Habla mal el español porque es belga. Parece que los extranjeros, aún con años de residencia en un país, tienden siempre a hablar como Tarzán.
La verdad es que en mi trabajo tienes que oírte decir de todo. Lo dice de buena fé porque cree que tengo problemas de comunicación, pero es todo más simple, no tengo nada que decir. Además la comunicación no es exclusivamente hablar, hay comunicación más allá de la palabra. Oyendo, mirando y exhibiendo mi repertorio de muecas, tengo suficiente. Cheeta ya lo sabía.

Cuaderno One - Page 43

La presión social es como el hambre, no hay nada mejor, que hacer un pulso con ellos.

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Andy debería jugar al poker, pero no tiene ni idea. Toca la guitarra y le encanta, se emociona, pero su cara se mantiene inexpresiva todo el rato. De vez en cuando te mira y sonríe, muestrando su perfecta dentadura, parece expresar alegría o quizás es un “te voy a matar”. Nunca se sabe.

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Siempre admiré esa facilidad de lo perros para pasar de la vigilia al sueño y viceversa. Me había convertido en un perro, pero solo en primera fase. Era capaz de dormir profundamente en cualquier lugar y en cualquier circunstancia.

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De pequeño tuve un comportamiento infame, aterrador. Mis padres, aunque nunca lo reconocerán, seguro que se cagaron en ellos mismos varias veces. Era su problema, no el mío, nunca pedí venir al mundo, fue iniciativa suya y eso les quemaba. Nada quema más que los errores propios. En momentos de desesperación, desearon hijos como yo, para mí.
Quizás por miedo a que salieran como yo o quizás por miedo a que salieran como ellos, nunca tuve hijos. La espera de su venganza fue en vano.

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Fuimos a Venecia y luego a Florencia. Allí sentado, escuchando las explicaciones de mi profesor, rodeado de mis compañeros, algunos de los mayores idiotas que conocí en mi vida, me sentí pequeño, casi insignificante, derrumbado, absolutamente derrumbado y derrotado por todo lo que me rodeaba. Viéndome incapaz de aportar nada a todo aquello, me pareció absurda mi existencia. Unos días después me llevaron a un hospital en donde me diagnosticaron síndrome de Stendal. Ente mi habitación y una sala de grandes ventanales que daban a un bosque de enormes robles, pasé el resto de mis dias en Italia. Los primeros solo y más tarde acompañado de un hombre no muy alto gordo y totalmente calvo que parecía Kurtz.

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El pedigrí se tiene o no se tiene. Los chiguaguas son perros pequeños, pero todos los perros pequeños no son chiguaguas.

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Tenia que confesar algo. Tenía que ser sincero y con el corazón en la mano, confesar mis pecados para poder entrar en el club de los católicos. Era mi primera confesión, podía decir muchas cosas: que no me gustaba que mi madre me hubiera vestido, para la ocasión, igual que a mi hermano o que todo aquello me parecía una farsa. Era pequeño pero no idiota y sabia que la sinceridad no les importaba. Mentí, confesé que mentía y eso fue todo.

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La verdad no basta. Hace falta una memoria deformante.

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Richard Claiderman está libre o quizás de vacaciones. He llamado hoy y ya no estaba, han puesto a Vivaldi, bueno una grabación suya, del las cuatro estaciones. Dura solo unos minutos y se repite como un disco rayado.

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Mi abuela nació en un mundo sin tele, con cine en blanco y negro, sin apenas teléfonos y con educación y modales. Hoy tenemos tele, cine en color, y teléfonos por todas partes, pero de la educación y los modales no se conocen ni las palabras.

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En esos altares que construyen los taxistas en sus coches hoy me toca uno que venera a Robert de Niro. El único problema es que venera a Robert de Niro en Taxi Driver. No se si es un guiño o mi vida corre peligro.

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No tenia mucho, no tenia nada. Mi novia y mis amigos no cuentan. No son mi o mis, son la y los, pertenecen a ellos mismos.

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Escondí siempre la verdad a mis padres. Primero, de pequeño, de forma inconsciente, mas tarde, de mayor, de forma consciente. Nunca me conocieron. En realidad nunca les interesó conocerme. Me limité a darles la información que querían escuchar, como quien da comida a animales amaestrados. Su felicidad era esa, la de los animales amaestrados. La mía fue la del domador, consciente de la atrocidad cometida, que a la vez, es la única posible.

Cuaderno One - Page 41

Siempre tuve cara de poker. Nada de lo que dijeran o hicieran conmigo, o con los demás, llegó nunca a mi cara. Me enteré de eso con 35 años, demasiado tarde para ser jugador profesional de poker, lástima. Eso tampoco llegó a mi cara.

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Mi padre decidió ser alguien, pero no salió de la mediocridad. Yo decidí ser mediocre y no moverme de ahí.

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Moha, mi compañero de celda, es magrebí. Delgado en extremo, sonríe siempre mostrando sus enormes dientes de caballo. Solo tiene unos cuantos distribuidos asimétricamente en ambas mandíbulas. No es mal compañero de celda. Los magrebies son temidos por agresivos y violentos, pero yo me llevo bien con Moha y no me molestan.

Por la noche, cuando me levanto a mear, le veo dormir. Me detengo un rato y le miro. Duerme placidamente. No duerme como un niño, duerme como un asesino, el asesino que es. En la placidez del sueño, los asesinos pueden confundirse con los niños.

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El suicidio debería ser gratis. ¿Quién va a controlar la población mundial dentro de cincuenta años? El suicidio.

Todos aquellos que no deseemos presenciar más de lo que ya hemos presenciado hasta ahora, podremos dejar paso a los que si quieran. La población mundial quedará regulada por un factor hasta ahora despreciado, ocultado y penalizado, dado que los demás habrán desaparecido fruto del avance de la medicina.

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La carnicera le puso los cuernos al carnicero. Él les pillo “in fraganti”. El pueblo es pequeño y la carnicería es conocida en toda la comarca por la calidad de sus productos. A estas alturas, todo el pueblo y toda la comarca, sabe lo que sucedió.

No hubo sangre, ni violencia, ni nada parecido. Acostumbrados a matar y descuartizar, conociendo bien el terreno, les dio palo o pensaron que desaparecido uno de los dos, los clientes no volverían, por temerse lo peor.

El carnicero y la carnicera no se han separado. Todo sigue igual que antes. Aparentemente él lo lleva bien, quizás la quiere mucho y la ha perdonado o quizás cree que no era una aventura, sino solo un acto de admiración de un cliente agradecido. A lo mejor también él tiene admiradoras. Da igual, la gente es cruel y siempre pensará que ella es una fresca y él un cornudo.

De todas formas, yo personalmente, voy a seguir haciendo ver que no se nada, sobretodo cuando me atiende él, cuchillo en mano.

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La última ventana de comunicación con la tierra se ha producido hace una hora. Estaba durmiendo. La emisión de datos estaba programada y veo en log que se ha realizado correctamente. La recepción ha sido también correcta. Tengo dos mensajes personales. Leo el primero, mi padre a muerto. Leo el segundo, mi madre también. La última ventana de comunicación fue hace once meses. Han muerto con seis meses de diferencia, pero me entero ahora, de golpe. Hacia mucho tiempo que no hablaba con mis padres, en cierta forma estuvieron siempre ahí, pero solo eso. Ahora ya no están ahí. Nunca pensé que volvería a la tierra, con lo cual nunca pensé que volvería a verlos. Se constata una decisión tomada con antelación. Borro los mensajes y sigo con mis cosas.

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Fui a los sitios más normales del mundo: la soledad, el aislamiento, la sala de cine, la oscuridad, el silencio… pero resultaron ser sitios extraños para la gente que me rodeaba y me miraron, para siempre, como un perro verde.

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Al domador de delfines se la tendría que caer la cara de vergüenza y al público se le tendría que ocurrir que quizás, el domador, los delfines, la piscina y el show, son su sardina después de una obediente jornada laboral. Me temo que todo esto sucederá en otro mundo o en una época que ya no viviré.

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Carlos tenía la polla más grande que nunca he visto. Éramos unos crios y el paso del tiempo todo lo cambia, pero sigo pensando que tenía la mayor polla que nunca he visto. Jugamos con la suya y con la mía en diversas ocasiones. No he vuelto a ver a Carlos desde que dejé la escuela, pero ahora tengo claro que Carlos era gay y yo solo jugaba.

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El astronauta soviético salió de la tierra y en unas horas perdió el control de la nave. Perdió el control de la nave y de los ordenadores de abordo. Ésta se alejaba irremediablemente de la tierra. Perdidas todas las esperanzas, contactó con control de tierra y estos a su vez dieron la noticia a su mujer, para que se despidiesen. Fue la primera ocasión en la historia de la humanidad que alguien habló con un muerto en vida. Fue la primera ocasión también en que alguien vería por primera vez cosas que nunca antes habían sido vistas por el ojo humano. Alguien seria un Nexus 6. La realidad superaba una vez más a la ficción.

Pasados unos días el astronauta soviético recuperó el control de la nave y puso rumbo a la tierra. Control terrestre informó a su mujer. Todo lo que podía haber sido ya no sería. Las segundas oportunidades existían incluso para los muertos. La religión era el opio del pueblo pero, Dios quizás existía.

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En la trayectoria de entrada en la tierra, el astronauta soviético, volvió a perder el control de la nave y colisionó contra la tierra. No hubo supervivientes. Las segundas oportunidades no existen, son solo un espejismo. Dios no existe.

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Un domador ha sido devorado por los leones. Según comenta la noticia, una muerte atroz. No me lo parece. Una muerte atroz es acabar con tu cuerpo destrozado y esparcido por el asfalto o por un campo de minas. Quizás los leones le odiaban, quizás solo tenían hambre o quizás se hartaron de hacer el numerito. Vaya, que por una u otra cosa, le odiaban.

Cuaderno One - Page 37

Nunca me tomé en serio la universidad. Hubo algo de ilusión inicial. Ilusión por mimetismo. Tres años de bachillerato y uno de curso de orientación universitaria, dan para mucho mimetismo. En casa también estaban ilusionados y orgullosos de mí.
Descubrí que solo asistiendo a clases era suficiente. Poco a poco, les introduje el tema de la dificultad de los exámenes, hasta poder servir en bandeja el abandono de la universidad. Aquello era un camino sin salida. Te ibas a convertir en lo que nunca quisiste ser, y además sin darte cuenta. Era un camino sin retorno.
Lo peor era lo mal vista que estaba la disidencia.

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Un día me subí a un tren que no se a donde iba, pero en todo caso me llevaba a un lugar al que no quería ir. Me subí sin saber a donde ir y en el trayecto lo supe y entonces me di cuenta de que aquel no era mi tren. En la desesperación del momento, por el tiempo perdido, por no saber como volver al lugar de partida, por el desgaste emocional y económico, por las influencias del aire que se respiraba en aquel vagón, pensé incluso en tirarme del tren y renunciar a todo. Renunciar a seguir adelante o atrás. Dar por hecho el trayecto, resumirlo todo en lo poco bueno recorrido y pensar que era imposible bajarme de él y una quimera llegar a donde quería. Pero en la tranquilidad que te da la desesperación de las calles sin salida, descubrí la manecilla manual de emergencia. Formando parte del paisaje, nunca había prestado atención en ella, a amenos, que fuera para leer el cartel de advertencia, que, amenazante, hacía campaña en contra del uso de la misma. Me quedé frente a él, una vez más lo leí y levantando mi brazo agarré el tirador con la mano. Estuve unos instantes asiendo el metal y busqué una posición cómoda, como hacen los gimnastas en el aparato de anillas antes de empezar el ejercicio. Encontré la familiaridad de la mano en él y tiré fuertemente hacia abajo. Todo fue muy rápido. En unos instantes me encontraba andando por en medio de un trigal. Mientras me alejaba del tren, los pasajeros miraban intrigados por las ventanas, algunos de ellos gritaban. Parecía que gritaban más porque me había bajado del tren, que por haberlo parado. La disidencia nunca estuvo bien vista.

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Empecé escribiendo por escribir. Después lo hice porque me gustaba mucho leerme. Con el tiempo, sentí la extraña necesidad de ser leído por otros. Imaginé. Les imaginé sentados en tazas de water en la intimidad de sus baños leyéndome y sonriendo.

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Juan pertenece a esa generación cuyos pantalones son siempre enormes embudos de tela en los que enfundan su cuerpo hasta la mitad exacta. Les da igual el tamaño de sus barrigas, sus cuerpos se dividen siempre horizontalmente por la mitad exacta. Si el cinturón no llega, llegan los tirantes. Juan es portero en un viejo edificio de oficinas. Trabaja por las tardes. Al llegar, saca su televisor del armario y se lo instala en el mostrador. Pasa las tardes viendo la tele. A veces se cansa, echa una cabezadita y escucha la radio o juega en la máquina tragaperras del bar de al lado. Parece permanentemente feliz, con su sonrisa ancha y franca, sus pantalones de embudo y sus gafas de concha marrón, enormes, cuya forma me recuerda el viejo televisor en blanco y negro que había en casa de mis padres cuando éramos pequeños, quizás son de la misma época. No se la edad de Juan, pero debe estar a punto de jubilarse. Esta medio sordo y habla chillando, pone la tele muy alta o le da por cantar también chillando. Cuando éramos pequeños nadie decía que de mayor quería ser portero, no se si él tampoco, pero viéndole, no parece una mala elección.

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Leo que, de caer por la borda de un trasatlántico, y según la velocidad media de estos, en lo que tarda el barco en dar la vuelta para recuperar al naufrago, éste ya ha muerto ahogado por efecto de las turbulencias y el tiempo de espera en el agua. Nunca me gustaron los trasatlánticos, pero ahora todavía menos.

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A veces pienso en comprarme un arma y utilizarla sistemáticamente. En la vida diaria me encuentro, en demasiadas ocasiones, con gente que conoce las armas, sabe que están ahí, pero no las ve lo suficientemente cerca como para pensar que son una amenaza. Para ellos, sin amenaza no hay ley. Viven en esa zona libre de armas y también de ley, en que se han convertido las ciudades. Bajo una apariencia de civilización, abundan estos pequeños jodedores de vidas ajenas, que de vez en cuado, deberían saber que la amenaza existe y las armas también.

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El problema de la política es que su primer objetivo es la toma del poder. Después viene todo lo demás, incluso luchar por las desigualdades, pero el primero de ellos es intocable. Ellos tienen el poder y nosotros no.

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Hay gentes que creen en lo que hacen, gentes que no creen en lo que hacen y otros no saben lo que significa creer en algo. No se cuales son los más peligrosos.

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A saber gestionar tus contradicciones se le llama vivir. A no saber hacerlo se le llama sobrevivir.

Cuaderno One - Page 25

Por la accidentalidad de la vida, primero me casé, luego tuve hijos y más tarde me hice adulto.

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No vamos a poder evitar los coches, el asfalto, los bloques de cemento, el ruido, las guerras, el humo, las discusiones, la ambición, pero podríamos dejar de alimentarlas, dejar de perpetuarlas. No creer en ellas. Soñé que algún día no existirían.

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Siempre me gustaron los deportes llamados minoritarios. ¿Minoritarios respecto a que? Minoritarios respecto a los mayoritarios, los dominantes, los que sigue todo el mundo. Los que gustan de forma mayoritaria. Los conocidos por el gran público. A los que hay que sumarse para pertenecer a la realidad, para no ser un marginado.
Los minoritarios me parecieron siempre más pasionales, no estaban sometidos a la presión de los medios de comunicación ni a la absurda influencia de modas. No eran víctimas del aborregamiento de la gran masa. Las competiciones se desarrollaban en un ambiente completamente distinto, por encima de todo estaba la pasión por el deporte.

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Me encerré. Me aislé de todo. Cerré los ojos e intenté crear algo, pensar en algo por mi mismo sin influencia, sin idea inicial. No pude. Era esclavo de todo lo que era, de todo lo que contenía.

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Tribus urbanas que han perdido el contacto con la civilización. Viven sometidas a los instintos. Viven sometidas a sus instintos. Los instintos ya no son suyos. Los instintos de la ley de mercado. Los instintos de la publicidad. La publicidad barata. El marketing basado en el sexo y poco más. Son realmente primitivos. Infinitamente más que los indígenas del Amazonas. Carecen de valores, creencias y cultura. La visión de la vida no va más allá del coche, las copas, la discoteca, la música con volumen alto, las tetas, fardar con los amigos de lo mucho que follan o de del dinero que les han costado las cosas que poseen. No hay respeto. No existe la palabra en su diccionario, que ha perdido hojas enteras, como los árboles en otoño. Inconscientes de sus limitaciones, siguen caminos marcados que no llevan a ninguna parte. Igual no hay parte, pero de haberla, tampoco les interesa.

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La yaya come. Come con voracidad. Sentada en una silla de plástico en la terraza de un bar, parece que todo le da igual. Este mundo en el que se encuentra, no tiene nada que ver con el que la vio crecer. Las limitaciones, las penurias, los frenos, han quedado ya en el recuerdo. En su recuerdo. Se ha adaptado a todo lo nuevo con la facilidad de un recién llegado. Asume la silla de plástico, la cerveza y el cucurucho de chocolate y vainilla como lo hace un niño de nueve años. Su mirada escudriña todo sin descanso. Sin asombrarse por nada, va a lo suyo. Rellena el tenedor con la punta de los dedos y lo acerca a su boca con la normalidad de los recursos fáciles adquiridos en la supervivencia. ¿Realmente, le da igual todo? Se hace imposible saber lo que piensa. Sigue devorando su helado. Mira a una chica negra. Sin compasión. Con curiosidad. Toda la incompasión y la curiosidad de quien descubre el mundo. No pierde detalle. Su hija toma un poco de su cerveza y la yaya frunce el ceño, comenta algo, se enfada. Reclama lo que es suyo. La comida ha terminado. Toma un sorbo de cerveza. Reposa la cabeza en su mano. Mira. Mira todo. Mira y remira todo. Un niño cae al suelo. Refleja el dolor del tropezón en su cara, sigue con la mirada toda la escena. Ya está resuelto. Mira otra cosa. Vive con la mirada. Su hija comenta algo. Levanta las cejas. Despeja sus ojos. Centra su mirada. Acerca la cabeza como para oír mejor. Recibe el mensaje. Lo procesa. Se ríe. Deja al descubierto sus pequeños dientes. Retorna a su gesto habitual. Recorre sus labios con la lengua. Vuelve a reposar la cabeza. Asiste más como espectadora, que como participante, a la actuación de la vida.

Se levanta. Coge su bastón. Atraviesa la terraza apoyándose en las sillas. Una última mirada al mostrador de helados. Como un niño pequeño. De vuelta a casa. La cama. Dormir. Un día más con la tranquilidad de tener todo hecho.

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La ciudad se estratifica como si de una cadena alimentária se tratara. En la parte superior, los áticos, amplios y con terrazas, bañados de luz y sol, se encuentran las especies superiores. Como en el mar, los delfines, los atunes, disfrutan del sol, del contacto con la superficie. Las plantas también. Mas abajo, la pobreza en luz cambia el paisaje y la fauna. En las profundidades, los pisos bajos, los principales, las porterías, están habitados por los peces más extraños, los más feos. No hay luz. No hay energía. No hay colores. La presión del agua, la presión social, les obliga a moverse poco, muy poco, nada, a permanecer en su condición. Inmóviles, habitan espacios y devoran las comidas que los demás no quieren. La carroña, el paisaje, las perspectivas, el ritmo de vida, son desoladores. Nadie quiere vivir en un bajo. Menos aún en un bajo de un edificio alto. La presión, la profundidad, son muy superiores. Todo el bloque cae encima. El polvo, las pinzas de la ropa, alguna que otra prenda, una pelota, un juguete roto, un bolígrafo, hojas secas, terminan todas en el patio del piso más bajo. Objetos muertos, inútiles, descontextualizados, dibujando el mismo paisaje que en las profundidades marinas. Sus habitantes, de tez blanca, cansados, hambrientos de cielo y sol, asumen su posición en la cadena trófica, asumen su condición de basurero de lo que nadie quiere, de lo que nadie reclama y renuncian a la recogida de los mismos.

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La relatividad del tiempo. Esa fina y extraña percepción de la velocidad o lentitud del mismo. Esa regla de tres. Ese comprobante de calidad con el que nos interrogaban cuando éramos niños. ¿Te pasó el tiempo rápido? Eso quiere decir que te lo pasaste bien. Una máxima. Un axioma. Un teorema. A mayor lentitud, mayor tedio. A mayor diversión, mayor velocidad. ¿Y cuando no existe el tiempo? ¿Y cuando el tiempo es todo de lo que se dispone? ¿Y cuando el tiempo no se parametriza con números? Entonces la relatividad es todavía mayor.

Tengo noventa años. Todo hecho. Todo lo hecho, hecho, todo lo que queda por hacer, ahí se quedará. Las horas no existen. Existe la mañana, la tarde, el atardecer, la siesta, la noche… todo es más relativo. Las horas son absurdas. Las horas en punto todavía más. Voy al bar a jugar al dominó con los amigos. El tiempo no nos importa. Jugamos con él. El tiempo acumulado en cada uno de nosotros. El tiempo compartido. La sucesión de jugadas y partidas en el tiempo.

Cada tarde me encuentro con ellos, con mi tiempo, con nuestro tiempo y acumulamos un poquito más jugando al dominó, conscientes de la relatividad del mismo. Queda lejos ya la pregunta de nuestros padres: ¿Te pasó rápido el tiempo? Ya no importa. Aún conscientes de la finitud de nuestro tiempo, seguimos jugando al dominó. Da igual la velocidad del mismo. El restante es poco, muy poco, el acumulado es mucho, muchísimo. Tanto, que nuestras cabezas son incapaces de recordarlo todo. A partir de ahí, sí todo es relativo. Todo se dilata o se encoge, pero nos da igual. Alberto ya lo dijo. Ahora todo el mundo lo sabe. Lo que no todo el mundo sabe, es que nuestra siguiente jugada, no tiene tiempo.

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Mónica ha vuelto a verme. Nos sentamos en un rincón de la sala y me mira. Siempre la mesa en medio de los dos. Ahora sin su bata parece otra persona. Sigue viniendo a verme, como si de un ritual se tratara. Tengo la sensación de que piensa que tiene algo pendiente conmigo. Es como si no se pudiera deshacer de mi fantasma. Después de tanto tiempo de tratamiento insiste en hablarme. Es como insistir en que la hable. Me mira. Sonríe. Es verano. La tez de su cara esta morena. Sus pómulos, sus mofletes y su nariz se muestran definidos por el juego volumétrico de la piel morena. Sus dientes blancos aparecen por debajo de sus suaves labios. Mira sus manos. Gira la cabeza. Mira por la ventana. Me cuenta cosas de ella. Hace días que lo hace. Ya no es la enfermera. Es la persona. Sabe que la escucho. Detiene su discurso. Vuelve a hablar. Soy el que la escucha. Su vida no le interesa. Hace tiempo que no le interesa. Se cambiaría por mí en este mismo instante. Realiza una dilatada pausa. Quizás es el final de la conversación. No es un monólogo, es una conversación. Hablo escuchando. Hablo con silencios. Le doy su tiempo. Mira al infinito. Retiene las lágrimas en sus ojos. Traga saliva con dificultad. Me levanto. Esquivo la mesa. Arrastro mi silla hasta su lado. Me siento. La miro de más cerca. Me sonríe. Una sonrisa mueca. Cojo sus manos. Están frías. Como muertas. Las froto. Suavemente. Como me hacía mi madre de pequeño. Hundo mis labios en su mejilla y le doy un beso. Un beso suave. Lento. Vuelve a aparecer la sonrisa mueca, forzada. Le doy un abrazo. Me abraza con fuerza. Le hablo. Le susurro a la oreja. Le susurro que la quiero. Le susurro que daría todo por un beso suyo. Vuelve a sonreír. De sus ojos inundados caen lágrimas que atraviesan sus mejillas. Frena su recorrido con los dedos, en un gesto suave de niña. Sonrío, ahora yo, con una mueca. Me abraza. Moja mi cara con sus lágrimas. Una caricia de sus manos, seca mi cara. Detiene su gesto. Me besa. Sonríe. Sonreímos. De verdad. Con los labios y con los ojos. Aprieto sus manos. Susurro palabras de complicidad. Nunca volví a ver a Mónica.

Cuaderno One - Page 23

De repente no entendí la vida lejos de su sexo. Lejos de sus manos. Lejos de su piel. Lejos de las profundas penetraciones. Lejos del encuentro de dos intimidades que eran ya solo una. No era dependencia. Era como comer bien, no quería dejar de hacerlo, como marcharse de casa de los padres, no quería volver.

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Isaac es adventista. Es adventista y es feliz. No escoge novia, se la escogen. Los adventistas no creen en el amor a primera vista. Adventista del séptimo día. Su novia y futura mujer, es venezolana. Hoy me la quiere presentar. Es feliz. Mi perro también era feliz. Solo tenía tres actividades principales: cagar, comer y dormir.

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Durante mucho tiempo pensé que siempre lo hicimos igual. Me refiero al sexo. Evidentemente no era verdad, pero el problema no era tanto este, si no el hecho de que lo percibía así.
Abrimos una línea de investigación. Me parecía algo imprescindible, dejarme llevar por lo que el cerebro elaborara, para, más tarde, ejecutarlo con el no cerebro. Como una conversación por partes, que iba a durar toda la vida.

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Richard Clayderman. ¿Que se hizo de aquel chico de pelo rubio, perfectamente vestido, sentado frente al piano? No lo se. Busco en internet, pero no lo encuentro. Cuando parece que empiezo a encontrar algo la conexión se corta. Llamo al proveedor para saber a que se debe el corte. Después de una breve introducción me ponen a la espera con música de Richard. Ahora ya se que se ha hecho de él, permanece sentado frente a su piano, tocando sin parar, rodeado de micrófonos que captan su música para enviármela por teléfono. Ya se lo que necesitaba saber. Cuelgo.

Llevo dos días pensando en Richard. ¿Le dejarán parar de tocar? Son casi las dos de la madrugada, llamo y sigue ahí, dale, con su piano tocando día y noche. Le tienen esclavizado. Se acabaron para siempre las giras y los conciertos. Quizás es lo que siempre quiso, tocar y tocar, sin parar.

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La existencia había tenido sentido por Dios. Por Dios y por no Dios. Por creencia o por negación, pero nunca por si misma. La estructura de la existencia se derrumbó con la desaparición de Dios. No había nada en lo que creer ni nada que negar. En el año 0 S.D. (sin Dios), todo empezó de nuevo para la humanidad.

El poder asignado a un tercero, alejado, todopoderoso, culpabilizador y a la vez responsable de todo, desapareció. Sin nadie a quien dar explicaciones, sin nadie a quien pedir perdón, todos y cada uno de nuestros actos gozaban de una libertad desconocida hasta el momento. Lo que hasta el momento se había dado en llamar libertinaje.

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El derecho romano fue el inicio de todo. La desaparición del hombre, del individuo independiente. Sus argumentos quedaron para siempre sometidos a las reglas del juego. La ley estaba ahí, por encima de todos, vigilante, controlando, regulando todos y cada uno de los aspectos de la vida. Nadie tenia razón, solo la ley la tenía. Desapareció para siempre esa negociación de los griegos. Ese juego entre iguales en el que los jueces asignaban un ganador o un perdedor por sus argumentos, por su exposición, por su juego.
Todo el mundo se sumó a ello. Las religiones las primeras. Sometiendo todos a sus leyes, a sus tablas de la ley. Era un chollo que no podían dejar escapar. Todo el mundo por debajo de la ley y ellos dictándola.

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Recuerdos que no evolucionan. Amigos que son recuerdos vivientes. Reportajes de una época que vivimos. El pasado hoy. El pasado para siempre. Han dejado de filtrar realidad. Han dejado de percibirla. No la asumen. No pueden. Viven al margen. Como hizo mi abuela con la llegada del divorcio y el aborto.

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La objetividad no existe.

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El estrés no es trabajar mucho. El estrés es vivir en un callejón sin salida.

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Las cosas ya no son como antes. Ya hace tiempo que no son como antes. No volverán a ser nunca más como antes. No son como antes, no volverán a ser como antes y no hay posibilidad de vuelta atrás. Estoy al final del camino y todo lo que no es como antes y mañana tampoco lo será, ya no importa porque mañana igual no estoy. Avancé, hice las cosas como creí que las debía hacer y ahora, me da igual el como o la continuidad de las mismas. Cuando estoy en retirada, retirado, mantenido por los demás como yo mantuve a otros, veo la vida con una relatividad mucho más real, que relativa.

Cuaderno One - Page 22

No digo lo que siento. En lo que digo está lo que siento. En como lo digo está lo que siento. Vivo según lo que siento. No hablo de ello.

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Soy víctima de mi propio cerebro. Soy como mi cerebro dice.

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Lo importante es lo que los demás creen que eres. Lo que proyectas. Lo que no ves ni mirándote al espejo.

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Mite, meaba entre los coches. Le gustaban los chicos negros. Era borde y con gafas todavía más. Dejó a Gonzalo y él nunca lo superó.

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Para beber levanta el codo como si fuera a hacer un saludo militar. Cada trago un saludo, cada saludo un sorbo. Los cristales de sus gafas exageran sus ojos y aumentan la desviación de los mismos. No sabes donde miran, parece que no lo sabe ni él. Saluda otra vez. Termina la copa. Pide otra y vuelve a saludar.

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Voy a mi librería favorita. Suelo negro, estantes de madera hasta el techo, con escaleras ancladas a ellos, que se desplazan sobre ruedas. Tranquilidad. Silencio. Mucha tranquilidad y silencio. El tiempo se detiene cada vez que atravieso su puerta principal en una de las avenidas más ruidosas de la ciudad.

El tiempo se detiene y es otro, de otro tipo. La que parece ser la dueña, una mujer mayor, tiene una mesa cerca de la puerta trasera que da a un callejón peatonal y no levanta la cabeza para nada. Esta en sus cosas, en su mundo dentro de su mundo. Casi nunca atiende directamente. Siempre, educadamente, se levanta, te acompaña hasta la mesa de otra chica más joven y le pide si puede hacer tal o cual gestión. Se despide y te deja con ella. Esta chica, la más joven, las demás podrían ser sus madres, madres tardías, es la única que dispone de ordenador. Un ordenador antiguo con Windows 98, Explorer 4 y con dieciséis colores. Entramos en internet como se hacía antaño, me vienen a la cabeza recuerdos de hace diez años, consultamos unos títulos. Aunque joven, se maneja torpemente con el ordenador. Toma nota del encargo y me comenta que cuando lo tengan me llamarán por teléfono. Las cosas son allí como hace diez años, como siempre, como antes de que la tecnología nos dictara la velocidad del tiempo.
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De repente los círculos empezaron a cerrarse. Las conversaciones se terminaron. Los discursos llegaron a su fin. Los temas dejaron de estar pendientes. Las ganas de dormir, el miedo, todo parecía cobrar sentido. Sentido que sólo era uno. Sentido de empezar y acabar. Fin que anunciaba el fin. Los círculos se cerraron en cadena como las fichas de dominó. Me iba de la vida. Me iba como lo hizo mi abuela, con la claridad de quién ha cerrado todo y no tiene nada pendiente.

- Me voy, hija me voy - le dijo a mi madre.
Consciente de cerrar el último círculo. Consciente de la muerte inmediata.
- ¿A donde vas a ir? – respondió mi madre.
Allí arriba – contestó, apuntando con su índice hacia arriba.